Para celebrar el dia del libro en el cole de Noa decidieron hacer un cuentacuentos. No sabéis la alegría que me dieron cuando recibí la llamada de la "seño" Lola preguntándome si a mi me importaría ser la cuentacuentos en la clase de mi hija. No lo dudé, por supuesto, nada me haría más ilusión.
Escribí un cuento para la ocasión tomando prestado el famoso personaje ideado por el padre Luis Coloma a finales del siglo XIX...ni más ni menos que el ratoncito Pérez. Quería añadir alguna enseñanza a la vez que contaba una historia,que los peques al terminar de leer se quedaran con la idea de lo importante que es lavarse los dientes desde chiquititos.
Escribí un cuento para la ocasión tomando prestado el famoso personaje ideado por el padre Luis Coloma a finales del siglo XIX...ni más ni menos que el ratoncito Pérez. Quería añadir alguna enseñanza a la vez que contaba una historia,que los peques al terminar de leer se quedaran con la idea de lo importante que es lavarse los dientes desde chiquititos.
Me lo pasé genial, fue increíble ver sus caritas mientras les leía. Muchísimas gracias por dejarme compartir con vosotros un momento tan especial.
Os dejo aquí el cuento, un homenaje al jerezano Luis Coloma, por si os es de utilidad.:
PEDRITO Y LA VERDADERA HISTORIA DEL RATONCITO PÉREZ.
Hacia
muchísimo frio esa mañana. La mamá de Pedrito ya había preparado el desayuno.
“Pedrito,
venga por favor, levántate ya, ¡vas
a llegar tarde al colegio!
“No
quiero ir al cole, mamá. Hace mucho frio y en la cama se está muy calentito”
Pedrito
tenía ya 6 años.
Le encantaba jugar con sus amigos en el parque, buscar bichos raros debajo de las
piedras cuando iba de exploración con el abuelo, era muy buen portero y el
primero en acabarse siempre el helado de chocolate. Lo que más trabajo le
costaba a Pedrito era madrugar para ir al cole y lavarse los dientes.
La
hermana mayor de Pedrito, se llamaba Lucía.
Era solo un año
mayor que él.
A Lucía también le costaba levantarse de la
cama para ir al cole, pero lo hacía
sin protestar. Siempre terminaba de desayunar antes que su hermano y subía corriendo al cuarto de baño a ponerse un poquito de colonia y lavarse
los dientes. Le encantaba su cepillo de princesas y la pasta de dientes... ¡tenía
sabor a mermelada de fresa! Lucía sabía de sobra que no podía comérsela pero le encantaba el gustito
que se le quedaba en la boca después de aclararse bien con agua fresquita.
“Ya
he terminado de desayunar mamá”- dijo Pedrito.
“Corre
a lavarte los dientes y vámonos”- dijo su madre.
“Da
igual mami, ya me los limpiaré luego”- respondió Pedrito.
La
mamá de Pedrito refunfuñó
y dijo “Ya verás cuando venga el ratoncito Pérez, ¡no te va a dejar nada!”
“Eso
no es verdad, mami. Mis amigos en el cole dicen que el ratoncito Pérez siempre
te deja regalos, aunque los dientes sean feos. Así que a mí
también me traerá regalos cuando este diente se me caiga”-
dijo a su madre mientras movía
uno de los colmillos de arriba con la punta de la lengua.
“Ya
veremos listillo, ya veremos”- dijo su hermana Lucía.
A
Lucía se le habían caído
ya un par de dientes. El último hacía unas pocas semanas. En esa ocasión, el
ratoncito fue muy generoso con ella. Debajo de la almohada, se encontró un
billete de 5 euros y un precioso cuaderno para colorear. Lucía cuidaba muy bien sus dientes, por eso
el ratoncito siempre le dejaba muy buenos regalos.
“Recordad
que a la salida tenéis que volveros con la mamá de Ricardo, ¿vale? Portaos bien
y no vayáis haciendo el loco por la calle, ¡por
favor!” dijo su madre desde la ventanilla del
coche.
“No
te preocupes, mami” –dijeron los dos al mismo tiempo.
De
camino a clase, su hermana le contó algo sobre la historia del Ratoncito Pérez.
“Vive
en una casa preciosa con su familia. Su mujer y sus tres hijas. Se encarga de
recoger los dientes de leche que se les caen a todos los niños del mundo. No quiere dientes sucios o
picados, solo los blanquitos”- explicó
Lucia.
“¿Y
para que quiere tantos dientes el ratoncito Pérez?”-
preguntó
Pedro muy intrigado.
“No
lo sé, hermanito. A lo mejor los colecciona”- dijo Lucía con una sonrisa. Le dio un beso a su
hermano y se metió en clase.
“Debe
tener millones y millones de dientes. ¿Dónde los guarda?” Dijo en voz bajita mientras se dirigía
a su clase.
Pedro,
se quedó muy pensativo. No sabía
que el ratoncito Pérez
tuviera familia, ni que viviera en una casita preciosa.
“Ricardo; ¿Tu sabes dónde guarda el
ratoncito Pérez todos los dientes que recoge?” Preguntó Pedro al sentarse junto a su
compañero.
“¡No tengo ni idea, Pedro! ¿A qué viene
esa pregunta?”- contesto Ricardo medio dormido.
El
día de cole transcurrió de lo más normal.
-“Riiing”-
sonó la campana. Llegó la hora de volver
a casa.
Lucía iba charlando delante con la mamá de
Ricardo. Pedrito y su amigo caminaban un paso por detrás comentando lo bien que
habían jugado al fútbol en el recreo.
“Si,
lo mejor fue cuando Hugo, chutó el balón y yo desde mi portería vi perfectamente hacia donde se dirigía, hice así y…!
¡Puumm!
Pedro
se había chocado contra una farola Estaba
narrando con tanto entusiasmo la jugada que no la vio y se dio de morros contra
ella.
“Uyyy,
que daño!”- exclamó Pedro.
“Ja,
ja, ja…”- se reía su
amigo Ricardo.
“¿Qué
pasa?”- Preguntó la mamá de Ricardo parándose y
volviéndose hacia atrás.
“¿Te
has hecho daño,
Pedrito? Déjame ver.”- La madre de Ricardo estaba examinándole
de arriba abajo, cuando de repente Pedrito escupió algo en su mano.
“¡Anda, es un diente!”-
dijo Pedro sorprendido.
“Te
has pegado un buen tortazo, Pedro. Perdona por reírme”-
se disculpó Ricardo.
“Mira
el lado bueno, esta noche el ratoncito Pérez te traerá un regalito”-
dijo la mamá de Ricardo para intentar consolarle.
“No
creo que al ratoncito Pérez le gusten los dientes de mi hermano”-
dijo Lucía.
“Ya
verás como sí. ¡Estoy seguro de que me va a dejar un
regalo superchulo!”- dijo Pedrito recuperándose del golpe.
Esa
noche no hubo discusiones a la hora de irse a la cama. Pedro, subió a su cuarto
sin protestar. Su mamá le había dado
una cajita preciosa para meter el diente y Pedro la puso debajo de la almohada
un poco preocupado por su tamaño.
“Estoy
seguro de que el ratoncito puede con
esta caja. No se cómo hace para traer regalos tan grandes, con lo chiquitito
que es él. Tiene que tener una fuerza increíble.”-
todos estos pensamientos se mezclaban en la cabeza de Pedro, que ya se había acostado y tapado hasta los ojos
esperando no dormirse para ver al ratoncito Pérez y preguntarle un montón de
cosas.
De
repente escuchó una vocecilla al oído:
“¿Hola
Pedro, como estas?”
Pedro
pegó un respingo y se quedó sentado en la cama. La luz de la luna iluminaba
bastante bien su habitación. Al mirar a su alrededor no pudo ver a nadie. Pero
al fijarse con más detenimiento, descubrió en su almohada un bichejo no más
grande que un pulgar.
“No
puede ser, no puede ser…”- dijo Pedro frotándose los ojos.
“¡Eres el ratoncito Pérez! ¿Eres de verdad
o estoy soñando?”-
Pedro no acababa de creerse lo que tenía
ante él.
Apoyado
sobre su almohada, mirándole fijamente, se encontraba un ratoncillo muy
elegante, con sombrero y traje. Unas minúsculas gafas descansaban sobre su
diminuta nariz llena de bigotes. El saco rojo que llevaba colgado del hombro,
llamó la atención del niño.
“Señor Pérez, si no te importa, renacuajo”-
contestó el ratón un poco enfadado.
“Encantado”-
dijo Pedro casi sin pestañear.
“Verás,
no me gusta nada lo que he visto en esa caja. Por eso, no voy a dejarte ningún
regalo. No pienso llevarme ese diente sucio y mal cuidado, no me serviría de nada. Sin embargo, y como algo
absolutamente excepcional, he decidido darte otra oportunidad. Llevo muchos años llevándome los dientes de tu familia
y nunca, nunca jamás he tenido ningún problema. Tus abuelos, tus padres, tu
hermana Lucía…todos
han cuidado sus dientes muy bien durante toda su vida. Me pregunto, ¿qué es lo
que hace que a ti te de igual lavarte los dientes? “.
“Eeeh,…yooo…”
– tartamudeó Pedro.
“No,
no, jovencito, no me valen excusas. Te mostraré algo que nunca jamás ha visto ningún humano y que
nadie nunca volverá a ver después de ti. Te he elegido para que cuentes a tus
amigos que al ratoncito Pérez no le vale cualquier diente.”-
afirmó el ratón.
El
señor Pérez metió la mano en el saco rojo
que colgaba de su hombro y esparció una especie de polvos mágicos por encima
del niño. De repente, Pedro, empezó a verlo
todo enorme y observó que el ratoncito se estaba volviendo casi tan grande como
él. Se dio cuenta de que esos polvos mágicos le habían transformado en un niño del tamaño de un ratón.
“¿Que
me has hecho?”- preguntó Pedro asustado.
“Necesitas
ser pequeño
para poder entrar y conocer donde vivo. Cuando hayas entendido todo, te
devolveré a tu tamaño
normal.”- explicó el ratoncito.
“¿Así que, es así como transportas los regalos, verdad?
Los haces diminutos para que te entren en el saco y cuando ya están debajo de
la correspondiente almohada, los haces grandes otra vez, ¿no?”
“¡Chico listo! Veo que no voy a tener que explicarte mucho.
Venga, sígueme”- respondió el
ratoncito.
Con una enorme destreza el señor
Pérez se deslizó por las sábanas hasta el suelo; atravesó la habitación a la
velocidad del rayo hasta un pequeño agujero en la
pared. Pedro corría detrás de él intentando no perderle.
Cuando se dio cuenta, se encontraba sentado encima de una
preciosa paloma blanca a la que el ratoncito había puesto una silla de
montar.
“¡Vamos a casa!”- ordenó el ratón.
Era muy bonito ver los tejados de la ciudad desde arriba.
Pedro pudo distinguir la casa de su amigo Ricardo, el parque con los columpios
vacíos y el enorme edificio del colegio. Todo se iba quedando
atrás. De repente, notó que descendían.
La paloma aterrizó delante de un viejo árbol en medio del
bosque. Había recorrido ese lugar mil veces con su abuelo, pero nunca
se fijó en aquel árbol tan misterioso.
De un brinco el ratoncito puso sus patitas en tierra.
Pedro le siguió.
“Es por aquí” dijo el ratón indicando un hueco entre las raíces del
árbol.
Sin dudarlo, Pedro acompañó al señor
Pérez al interior.
Una vez dentro, el niño pudo comprobar que
todo lo que le había contado su hermana, era cierto.
El hueco del árbol era la entrada a la casa del ratoncito
Pérez. Se encontraban en lo que parecía ser el recibidor.
El ratón sacó una minúscula llave del bolsillo y abrió la puerta.
“Ohhhh”- dijo Pedro maravillado.
Todo estaba impecable. No faltaba de nada: fotos de
familia colgados en la pared, chimenea, un sofá enorme con forma de diente, había
incluso una televisión donde veían Tele-ratón. Las hijas del Señor
Pérez salieron a recibir a su padre pero al ver a Pedro se asustaron un poco.
“No temáis, hijas. Es mi invitado y espero que amigo a
partir de ahora”- explicó el ratoncito.
A Pedro le gustó que el ratón le presentara como amigo
suyo.
La señora Pérez sirvió una deliciosa tarta de queso con
chocolate calentito. Todos se sentaron a la mesa a contarle a Pedro como era la
vida de un ratón mágico que recoge dientes por las noches. Descubrió que las
casas de los ratones son fuertes y robustas por que utilizan los dientes de los
niños en vez de ladrillos. Por eso, solo les sirven los
dientes limpitos y cuidados y a cambio del diente que se llevan, como muestra
de agradecimiento dejan un regalito debajo de la almohada para que el niño esté
contento y siga cuidando su boca igual de bien sin olvidar que los que dejan
dientes sucios o picados no reciben ningún regalo.
Pedro lo entendió todo. Se comió entero el trozo de tarta
y se despidió de la familia del ratón Pérez. Prometió contarle a sus amigos la
importancia de cuidarse los dientes desde chiquitito.
Al despedirse, el señor Pérez le dio un
beso en la mejilla. Pedro cerró los ojos y cuando los volvió a abrir se encontró tumbado en la cama
recibiendo el beso de buenos días de su madre, como si nada hubiera pasado.
“¿Dónde estoy? ¿Qué haces aquí mamá?” preguntó Pedro
desorientado.
“Como que ¿qué hago aquí? Vivo aquí,
¿recuerdas? Seguro que estabas soñando, cariño.
Debió de ser un buen sueño porque estabas sonriendo.”- dijo su madre
mientras abría las ventanas del cuarto de Pedro.
“Fue un sueño genial, increíble” – pensó Pedro y dando un enorme salto de la cama. Se vistió y
bajó a desayunar sin protestar.
“¿Que te ha traído el ratoncito Pérez Pedro?” preguntó su hermana sabiendo
que no le habían dejado nada.
“El mejor de los regalos, hermanita, el mejor de los
regalos”-dijo Pedro sonriendo pensando en la enorme aventura de
la noche anterior. No sabía si había sido un sueño o había sido
real;
Pero desde ese día Pedrito cuida muchísimo
sus dientes, cepillándolos después de cada comida. Nunca más vio al ratoncito
Pérez pero cada vez que se le cae un diente no le falta un buen regalito debajo
de la almohada.
Y colorín, colorado, este cuento…se ha acabado.